martes, 5 de enero de 2016

Voldemort


-Lo rindo. Tengo fé. Si no se me va  a juntar con el otro final y es para quilombo.  Además ¿qué pierdo si lo rindo mal? Si todos lo rinden mal.
Tras copiar ese mensaje en más de cinco conversaciones por Whatsapp, dos por Facebook y repetírselo a su familia y a sí mismo durante días, el joven había tomado la decisión.  Con la cursada terminada hace semanas y la fecha de examen inminente, la posibilidad de no rendir lo perseguía en sus sueños, en sus silencios. Los rumores, los consejos, no eran alentadores:
“Todos la rinden mal en la primera fecha”, “¿Estás loco? Si la rendís ahora se te van a cagar de risa”, “¿Te vas a presentar a dos de las materias más importantes de la carrera con una semana de diferencia?”

Se preguntó varias veces el porqué de someterse a tal sufrimiento en el mes de diciembre, cuando el resto de sus amigos disfrutaban del sol de un verano adelantado. Meditaba entre fotocopias, hojas de carpeta escritas hasta en los márgenes, resúmenes tachados, inentendibles hasta para él. ¿Es necesario?  Las locuras más grandes cruzaban su cabeza, aunque el objetivo estaba claro, lo desconocido era el método y el proceso por el cual tenía que pasar para lograrlo.
-Ya fue, dejo la carrera. Mirá esto, no entiendo nada, hace dos semanas que estoy leyendo y sigo sin entender nada. Esto me está dejando un mensaje.  No, bueno estoy exagerando, pero me olvido de rendir, ya está. Intento en febrero, total no pierdo nada. Bueno, tiempo. El tiempo sobra ¿por qué me apuro? Porque quiero terminar la carrera y dedicarme a lo mío. Bueno es periodismo, lo podes ejercer igual aunque no tengas el título. ¿Puedo? ¿Con lo difícil que esta conseguir trabajo? Bueno pero te internás dos semanas a hacer una búsqueda intensiva y algo vas a conseguir, explotás los contactos, buscás la forma, hinchás los huevos. Todos los cierres de cuatrimestres te decís lo mismo y lo vas postergando. Tomá el toro por las astas.
Eso, todos los días, eso. Desde que terminó de rendir y empezó a estudiar la maldita materia de la que todos hablan. A la que todos le temen, o “al” que todos le temen, porque es su apellido, es su voz, es su mirada, o su vista, o su percepción de la materia. Sin embargo, en el fondo, él sabía que se presentaría. Aunque el característico torneo del barrio se jugara ese mismo día y él tuviera que perderse un partido, aunque debiera decirle que no a sus amigos acerca de la joda del viernes que pintaba bárbara, aunque viviera todas las horas de todos los días como una pérdida de tiempo a menos que los apuntes estén en sus manos.
Viernes. Último día antes de rendir. Como siempre en los últimos días antes de rendir, el joven durmió mal, entrecortado. Entre sueños recordaba lo estudiado y lo que aún faltaba repasar, las definiciones de memoria y lo que realmente estaba en su cabeza como información asegurada. Recordaba visualmente donde encontrar cada respuesta, aunque esta última no estuviera 100% fresca. Todo entre descabelladas manifestaciones inconscientes que jamás recordaría porque lo único importante para la cabeza parecía ser el final.
-Ya está, no estudio más, estoy para rendir-
Esta mentira lo dejaba tranquilo por diez, quince, veinte minutos. Hasta que volvía  a los apuntes y las fotocopias en busca de lo que faltó, de lo que aún no terminaba de cerrar. Una y otra vez, como una obsesión, no quería que se escapara ni el más mínimo detalle.
Sábado.  Otra vez, madrugó mucho más de lo que necesitaba. Salió de la casa con tantas horas de anticipación que la facultad estaba cerrada cuando llegó. Encontró un bar que recién abría dónde compró una coca que nunca llego a tomar. La decisión más difícil. ¿Debía repasar los últimos conceptos reduciendo la duración de aquella hora o debía sentarse a esperar disfrutando de sus últimos minutos de soledad? En realidad no estaba solo. Fue acompañado por su pareja que, de ser posible, hasta entraba a rendir por él.
-Bueno vamos, ya es la hora. No aguanto más, quiero sacarme esto de encima. Pero a la vez no quiero sentarme ahí frente a él.
“Él”. El joven ya no quería ni nombrarlo. Sentía que enfrentaría a Voldemort con una varita de papel higiénico. Que se metía en Mordor  con todos los orcos vigilando y sin Sam. Que entraba a la estrella de la muerte sin la resistencia ni la espada laser. Las nueve era la hora indicada.
Nueve y diez, nueve y media, nueve y cuarenta. Se hicieron las diez. Marcha imperial. Como en cámara lenta, el temido titular de cátedra avanzó entre los pálidos alumnos diciendo a su paso “entren al aula”. Las miradas extrañadas indicaban que eso no era normal.  
-No tenemos las actas-
-No tenemos las actas-
-No tenemos las actas-

El eco lo persiguió hasta la parada del colectivo cuando recién le cayó la ficha de que no podía rendir, de que el sufrimiento de aquellos días había sido en vano. Y recién allí, en la tranquilidad y el dolor de haberse quedado en la puerta, comprendió que había gente que la estaba pasando peor. No solo en la distancia de quién tiene hambre, o no tiene un lugar donde dormir. Sino incluso en la misma aula de dónde acababa de salir. Mientras el joven podía presentarse la semana que viene, una chica debía volver a su país de origen, porque los seis meses de intercambio habían terminado. Y volvía sin la única materia que pudo cursar aca, porque él, el  “innombrable”, no la dejo rendir ni a ella. 

Elides Tejada

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